Es
para los cristianos la cruz un recuerdo y un emblema: recuerdo de la pasión
sangrienta de Jesucristo, y emblema del sacrificio, cuyo espíritu abarca y
explica la vida cristiana, resplandeciente por la abnegación, el heroísmo, y la
caridad de sus santos, de sus mártires, y de los sencillos y vulgares creyentes
que a cada hora meditan la palabra del Señor en el sermón de la Cena: "Un
mandato nuevo os doy: que os améis unos a los otros como os he amado yo".
Imaginad suprimido el amor de la cruz, y apagado el espíritu de sacrificio, y
olvidadas las glorias del dolor, por la apostasía racionalista... ¿No será
cierto que el egoísmo y la molicie inundarán los corazones como una ola que
rompe el dique? ¿Y qué pueden esperar los pobres de una sociedad muelle y sin
ternura, y tanto más afeminada e insensible cuanto
más rica sea y más sensual, y más se infle de vanidad y más multiplique sus
espectáculos, sus festines y sus regocijos, hasta olvidar que toda alma será
perdida y que habrá mañana un abismo eterno entre Lázaro y el epulón?...
Yo sé que para consolar a los
desgraciados cuando se angustian viendo amortecerse la caridad, se tienta su
orgullo, sugiriéndoles que hay humillación en recibir sus dones, y cuadra más a
la humana dignidad olvidarla y apelar a la justicia.-
Pero
como la filosofía naturalista niega la ley de Dios, niega el Evangelio, niega
la moral definida por la Iglesia, y por supuesto que la sociedad civil debe ser
tutelada por el Reino de Cristo, es evidente que la invocada justicia es un
concepto incierto y una palabra vacía. Buscadla en las naciones paganas y la
veréis conciliada con la esclavitud, con el ilotismo, con el exterminio de los
débiles; y si la pedís a los escribas del moderno positivismo, os la expresarán
en la ley de selección natural que legitima la inmolación de los menos fuertes
en provecho de los más vigorosos, en la fatalidad de los atavismos morales que
asimila los crímenes a las enfermedades, en el privilegio de la utilidad sobre
el derecho que sacrifica en las usinas el bracero en holocausto al capital,
mujeres, ancianos y niños en los odiosos altares de la codicia, la flor de las
generaciones en los campamentos militares y en batallas sangrientas y estériles
para la civilización del mundo. - Interpretad todo eso con serena razón... El
naturalismo pone el criterio de la justicia en el éxito. Luego, tras de ese
pórtico engañoso con que seduce a las muchedumbres, está el imperio de la
fuerza bruta. No lo dudéis. La naturaleza humana, originariamente viciada,
tiende al mal, y al mal y a todas sus expresiones, se entrega desde el instante
en que se divorcia de la vida sobrenatural del cristianismo que la redime, la
corrige, la purifica, la ennoblece y la eleva. - No hay intermedio: o la cruz y
la justicia, o la pasión y la fuerza.
Así
José Manuel Estrada, "El liberalismo y el pueblo". Conferencia dada
ante la academia literaria del Plata el 7 de julio de 1889
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